marzo sin marzo
Día del
padre. No sé. Cada padre en una casa. Parece un día del padre sin padres, sin
niños en los parques.
Un marzo sin
marzo.
Confinamiento.
Y lo inimaginable hace tan sólo quince días.
Sólo comprar
comida, farmacia, trabajo … Multas, el ejército. No es una película. Lo mejor y
lo más estúpido sale cada día a la pantalla del televisor.
El corazón
humano. Siempre al borde de la catástrofe. Huérfano de algo que intuye y nunca
llega a tocar. Una estrella que implosiona, una estrella que brilla hasta
explotar e iluminar el universo entero. Supernova y nebulosa de mil colores,
inabarcable y que lo abarca toso. Acoge toda la oscuridad del cosmos y la
mirada inquieta del buscador.
Qué extraños
estos días… Y estas noches. Duermo mal y me despierto pronto. Aniquiladas las
rutinas, dejarse llevar hacia una extraña ataraxia. Luminosa la mañana sin
nadie en la calle. El sonido de mis propios pasos hacia el súper. Un anciano en
la ventana. Siento de pronto el impulso de saludar. De abrazar. El aire.
Pavesas de un
mismo fuego. Ahora lo sabemos. En la necesidad de los otros. De los
desconocidos que nos hacen lo que somos. Sin saberlo. El nosotros que titila en
la oscuridad anhelando la misma luz que nos conforma.
Es la
soledad y no el bosque lo que impele a saludar a un desconocido. El mundo
humano convertido en bosque de pronto. La nieve más blanca y el agua más
cristalina. Qué claro el canto de los pájaros, la voz tenue de las abejas. Es
el propio aire más transparente, más lejano.
Se ha hecho
de pronto el mundo más mundo sin nosotros. Más humano.
El bosque,
bosque.
Soy un
náufrago, como anhelaba de niño, dejando crecer la barba, qué escasa, y
renunciando a los adornos.
Aplausos a
las ocho. Luces de navidad en la ventana.
Quizá algo
está naciendo ahora mismo sin que nos demos cuenta. Quizá la luz.
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