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mantis



Jope, pues sí que estaba. La mantis. No sé los años que vi una mantis en ese mismo muro. Subiendo a mi casa. Me asusté un poco, la verdad.

Uno no espera encontrarse una mantis a la altura de los ojos.
Es como desubicación. No sé.

Siempre, o casi siempre, que paso por ahí me acuerdo de aquel día y miro a ver si está, no ella claro, una mantis, otra. Da igual la época del año, incluso en invierno miro, como si fuese un ritual, miro su ausencia esperada.

Jamás volví a ver ninguna. Hasta esta tarde. Creo que justo en uno de los escasos días en que no me acuerdo de ella. Ahí estaba. Un poco más abajo en el muro que aquella otra vez. Otro susto, pequeño. Hablé en voz alta. No sé qué dije, no me acuerdo ahora. Muchas posas pude decir, seguro. A ella, a mí mismo a lo mejor.

Cuando era niño, niño muy niño, una mantis me dio un susto que aún no  se me ha olvidado. Ni recuerdo el río. Con mi padre y mi hermano. Me encantaba subirme a los álamos de la ribera. Como todos los niños muy niños.

En un momento me fui a poner la gorra de nuevo y ahí estaba ella. ¡Qué susto madre mía! Creo que nunca he vuelto a ponerme nada en la cabeza con cierto recelo…

Hay hilos misteriosos entre las cosas y los momentos de esas cosas. Personas, seres, quién sabe. Hilos que unen misteriosamente cosas misteriosas. La vida. Hilos que ni una mantis podría costar con sus patitas como tijeras de colores.




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